Tenía 25 años y apenas un año y medio de experiencia en el sector cuando me enfrenté a lo que, para mí, parecía un gigante: el Mobile World Congress 2017 en Barcelona. Aterrador y fascinante a la vez. El evento más importante del año en la ciudad, con grandes marcas internacionales, y yo iba a formar parte de él.
Las semanas previas fueron un auténtico maratón: organizar espacios, coordinar equipos de más de cien personas, cuadrar horarios imposibles y atender a las necesidades de cada cliente. En ese momento no lo sabía, pero aquella era la primera vez que probaba esa adrenalina que más tarde se convertiría en la chispa que me engancharía a este mundo.
Recuerdo perfectamente los días de feria: largas horas de pie, kilómetros recorridos de un pabellón a otro, llamadas a todas horas para resolver incidencias y ese vértigo cuando algo fallaba. Un día, las azafatas de un stand koreano enorme no podían más con los zapatos que llevaban: literalmente las destrozaban. Tuve que recorrer medio Barcelona buscando modelos en Zara que fueran similares, cómodos y para todas las taallas exactas. Y lo logré.
Pero no todo fue tensión. El último día llegó la recompensa: la fiesta de cierre, los abrazos con mis compañeras, las risas y lágrimas compartidas, la complicidad de quien ha sudado, corrido y luchado junto a ti. Algunas de ellas siguen siendo amigas para toda la vida.
Ese momento lo recuerdo como el inicio real de mi carrera. Descubrí que, aunque los eventos desgastan, exigen y ponen a prueba cada minuto, también son capaces de regalarte una satisfacción única. Desde entonces supe que esto no era solo un trabajo: era una especie de droga, de la buena.
Estoy aquí para eso.
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