Detrás de cada aplauso hay un mundo que el público no ve. Un lugar donde la puntualidad es oro, la calma es un lujo y el café caliente puede salvar un concierto. Ese lugar es el backstage, el corazón oculto de cualquier evento.
Coordinar un backstage no es solo tener una mesa con agua y fruta. Es asegurarte de que cada artista se sienta cómodo, que cada técnico tenga su espacio y que todo fluya sin imprevistos. Es controlar accesos y acreditaciones, gestionar el catering según las necesidades de cada uno, vigilar el cumplimiento de los riders técnicos y, sobre todo, mantener un ambiente de trabajo profesional y agradable.
En mis años de experiencia he aprendido que, en este trabajo, la improvisación convive con la precisión. Un día te encuentras a un artista de primer nivel en “pelota picada” en el camerino cuando te llaman para pedir algo urgente; otro día descubres que las toallas negras nuevas dejan pelusilla en la cara si no las lavas antes, y ahí estás, corriendo a la lavandería para solucionarlo. He coordinado camerinos en espacios de lujo… y también en la enfermería de una plaza de toros, rodeada de crucifijos y camas con colchas dignas de una película de terror.
Pero eso es lo bonito: adaptarse, resolver y cuidar cada detalle, porque la experiencia de un artista en el backstage se refleja, sin duda, en su actuación en el escenario.
En el backstage no hay focos, pero hay magia. Y esa magia empieza mucho antes de que suene la primera nota.
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